Mostrando entradas con la etiqueta desigualdad. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta desigualdad. Mostrar todas las entradas

martes, 13 de agosto de 2013

El Profesor Mankiw de la Universidad de Harvard: "En defensa del UNO por ciento"


Nícholas Gregory Mankiw, profesor titular de la materia de "Principios de Economía" en la Universidad de Harvard -el mismo que se convirtiera en el centro de atención luego de que un grupo de alumnos abandonase su curso en solidaridad con el movimiento "Occupy Wall Street" y "por el sesgo político inherente a su texto"- defiende su postura y argumenta en favor de su perspectiva de análisis.

En su edición del verano de 2013, el Journal of Economic Perspectives ha publicado el artículo titulado "Defending the one percent" escrito por el Profesor Mankiw. En este, además de expresar su desacuerdo con el trabajo de Joseph Stiglitz (premio Nobel de Economía, 2001) titulado "El precio de la desigualdad" -del cual dice que "gasta muchas páginas tratando de convencernos de que la búsqueda de rentas extraordinarias es la razón principal subyacente al creciente ingreso de los ricos" y que los argumentos de Stiglitz "no son convincentes, pues descansan más en la exhortación y en la anécdota que en la evidencia sistemática" (pág. 23)-  también expresa su simpatía con el trabajo de Claudia Goldin y Lawrence Katz (2008) titulado "La carrera entre Educación y Tecnología" para explicar la desigualdad en la economía norteamericana. Mankiw coincide con el siguiente argumento de los autores mencionados: "Goldin y Katz argumentan que el cambio tecnológico basado en habilidades continuamente incrementa la demanda por trabajo calificado. Por sí misma, esta fuerza tiende a incrementar la brecha de ganancias entre trabajadores calificados y no calificados, aumentando de esa manera la desigualdad. La sociedad puede compensar el efecto de este desplazamiento de la demanda incrementando la oferta de trabajo calificado a un ritmo más rápido como lo hizo en la década de los cincuenta y de los sesenta. En este caso, la brecha de ganancias no se incrementa e incluso puede disminuir como ciertamente ocurrió. Pero cuando el ritmo del avance educativo disminuye, como lo hizo en la década de los setenta, el incremento en la demanda por trabajo calificado de manera natural causará que la desigualdad se incremente. LA HISTORIA DE LA DESIGUALDAD CRECIENTE , POR LO TANTO, NO ES ESENCIALMENTE SOBRE LA POLÍTICA Y LA BÚSQUEDA DE RENTAS , SINO SOBRE OFERTA Y DEMANDA".

Sorprendente la simpleza del argumento central del Profesor Mankiw. Aunque útil, extraordinariamente simple y reduccionista. Menosprecia argumentos relacionados con la existencia de mercados imperfectos en la economía real con la presencia de agentes económicos buscadores de ganancias extraordinarias, economías con marcos institucionales ineficientes que facilitan la operación y presencia de buscadores de ganancias extraordinarias, la desigualdad que deriva de los costos y dificultades de acceso a la educación, la información y la tecnología, las diferencias resultantes de la diversidad en la dotación de recursos con que los agentes económicos arrancan su carrera en la vida, las diferencias resultantes del acceso o no al financiamiento del sistema financiero, el poder o debilidad de las organizaciones de empresarios y trabajadores y un largo etcétera que no incluye el peso de la historia, de la cultura y del proceso de acumulación originaria de capital en el mundo y en las economías-nación.

El Profesor Mankiw no es ingenuo. 

En la página 30 de su artículo, luego de desarrollar el argumento de que los agentes económicos reciben los ingresos que su productividad marginal les permite, entre otras cosas, precisa: "la clave de la discusión radica en saber en qué medida los altos ingresos del uno por ciento más alto de la sociedad norteamericana refleja alta productividad y no imperfecciones de mercado. Esta interrogante es propia de la economía positiva, desafortunadamente sin una respuesta fácil." No obstante haber declarado su fe hacia el argumento de que la desigualdad de las últimas décadas de la economía norteamericana se explica esencialmente por la disminución de la tasa de crecimiento de trabajo calificado, ahora el profesor Mankiw no tiene claro el hecho de que efectivamente el estrato del uno por ciento de más altos ingreso esté reflejando precisamente mayor calificación, mayores habilidades, mayores productividades y por ello mayores ingresos.

Pero el Profesor Mankiw no se contradice; o digámoslo técnicamente: las curvas de indiferencia de su función de utilidad no se cruzan, sus preferencias son homotéticas y están bien ordenadas cuando afirma: "Mi propia lectura de la evidencia es que la mayoría de las personas muy ricas lo consiguen realizando contribuciones económicas sustanciales, no por el sistema de juegos de azar o tomando ventajas de algunas fallas de mercado o por el proceso político" (ibíd.). De nueva cuenta, el profesor Mankiw nos comparte de qué lado se encuentra su fe.

Al final de su reflexión, el académico de la Universidad de Harvard establecerá que está conciente de que "posiciones esencialmente normativas no pueden descansar sobre los fundamentos de la economía positiva únicamente" (pág. 33).

El tema de la desigualdad social en el mundo, además de sus implicaciones positivas, esto es meramente descriptivas en relación al estado de cosas que guarda este fenómeno, es extraordinariamente complejo e incorpora dimensiones cuya raíz se encuentran en la forma en que las sociedades se organizan para la satisfacción de sus necesidades y la creación de excedentes, la diferencia de dotaciones de los agentes económicos que interactúan en los mercados, debilidad o fortaleza de los agentes económicos en la negociación de sus intereses en el proceso de producción, distribución y comercialización de bienes y servicios, sistema financiero, organización, tecnología, educación, experiencia, género, relaciones de poder, cultura, historia, etc., etc.. Aportaciones que contribuyen a dilucidar un tema que no está resuelto en el campo de la Teoría Económica se conocen por igual, además de la Ciencia Económica, en la Sociología, la Ciencia Política y la Historia.

El tema no admite simplificaciones.

Además de lo brevemente esbozado existen implicaciones éticas imposibles de ignorar. Por eso, me parece, el Profesor Mankiw avanza y retrocede.

Contabilícense entre esos avances el simposio y los trabajos que la Asociación Americana de Economía ha publicado a través del Journal of Economíc Perpectives que podemos encontrar en la siguiente dirección: Symposia: The Top 1 Percent y que encabeza el trabajo que da título al presente comentario.

lunes, 7 de enero de 2013

Las crisis posteriores a la crisis

This illustration is by Paul Lachine and comes from <a href="http://www.newsart.com">NewsArt.com</a>, and is the property of the NewsArt organization and of its artist. Reproducing this image is a violation of copyright law.
Joseph E. Stiglitz (Project Syndicate)

NUEVA YORK – A la sombra de la crisis del euro y del precipicio fiscal en los Estados Unidos, resulta fácil pasar por alto los problemas a largo plazo de la economía mundial, pero, mientras nos centramos en las preocupaciones inmediatas, siguen agravándose y no por no tenerlos en cuenta dejarán de afectarnos.

El problema más grave es el calentamiento planetario. Si bien los débiles resultados de la economía mundial han propiciado una desaceleración correspondiente del aumento de las emisiones de carbono, representa tan sólo un corto respiro. Y estamos muy retrasados: como la reacción ante el cambio climático ha sido tan lenta, lograr el objetivo de limitar a dos grados (centígrados) el aumento de la temperatura mundial requiere reducciones pronunciadas de las emisiones en el futuro. Algunos indican que, dada la desaceleración económica, debemos relegar la lucha contra el calentamiento planetario. Al contrario, reequipar la economía mundial para luchar contra el cambio climático contribuiría a restablecer la demanda agregada y el crecimiento.Al mismo tiempo, el ritmo de cambio tecnológico y mundialización requiere rápidos cambios estructurales tanto en los mercados de los países en desarrollo como en los de los desarrollados. Dichos cambios pueden ser traumáticos y con frecuencia los mercados no reaccionan bien al respecto.

Así como la Gran Depresión se debió en parte a las dificultades para pasar de una economía agraria y rural a otra urbana y manufacturera, así también los problemas actuales se deben en parte a la necesidad de pasar de la manufactura a los servicios. Se deben crear nuevas empresas, pero los mercados financieros modernos son mejores para la especulación y la explotación que para aportar fondos para nuevas empresas, en particular las pequeñas y las medianas.
Además, para hacer la transición hacen falta inversiones en capital humano que con frecuencia las personas no pueden costear. Entre los servicios que las personas necesitan figuran la salud y la educación, sectores en los que el Estado desempeña de forma natural un papel importante (dadas las imperfecciones inherentes a los mercados en esos sectores y las preocupaciones por la equidad).

Antes de la crisis de 2008, se hablaba mucho de los desequilibrios mundiales y la necesidad de que países con superávits comerciales, como Alemania y China, aumentaran su consumo. Esa cuestión sigue pendiente; de hecho, uno de los factores de la crisis del euro es el de que Alemania no haya abordado su crónico superávit exterior. El superávit de China, como porcentaje del PIB, ha disminuido, pero aún no se han manifestado sus consecuencias a largo lazo.

El déficit comercial total de los Estados Unidos no desaparecerá sin un aumento del ahorro interno y un cambio más esencial en los acuerdos monetarios  mundiales. El primero exacerbaría la desaceleración del país y no es probable que se dé ninguno de esos dos cambios. Cuando China aumente su consumo, no necesariamente comprará más productos de los Estados Unidos. En realidad, es más probable que aumente el consumo de productos que no son objeto de comercio –como la atención de salud y la educación–, lo que originará perturbaciones profundas en la cadena mundial de distribución, en particular en los países que han estado suministrando los insumos a los exportadores de manufacturas de China.
Por último, hay una crisis mundial en materia de desigualdad. El problema no estriba sólo en que los grupos que tienen los mayores ingresos estén llevándose una parte mayor de la tarta económica, sino también en que los del medio no están participando del crecimiento económico, mientras que en muchos países la pobreza está aumentando. En los EE.UU. se ha demostrado que la igualdad de oportunidades era un mito.

Aunque la Gran Recesión ha exacerbado esas tendencias, resultaban evidentes antes de su inicio. De hecho, yo (y otros) hemos sostenido que el aumento de la desigualdad es una de las razones de la desaceleración económica y es en parte una consecuencia de los profundos cambios estructurales que está experimentando la economía mundial.
Un sistema político y económico que no reparte beneficios a la mayoría de los ciudadanos no es sostenible a largo plazo. Con el tiempo, la fe en la democracia y la economía de mercado se erosionarán y se pondrá en tela de juicio la legitimidad de las instituciones y los acuerdos vigentes.

La buena noticia es la de que en los tres últimos decenios se ha reducido en gran medida el desfase entre los países avanzados y los países en ascenso. No obstante, centenares de millones de personas siguen sumidas en la pobreza y se han logrado sólo pequeños avances en la reducción del desfase entre los países menos desarrollados y los demás.
A este respeto los acuerdos comerciales injustos –incluida la persistencia de subvenciones agrícolas injustificables, que deprimen los precios de los que dependen los ingresos de muchos de los más pobres– han desempeñado un papel. Los países desarrollados no han hecho realidad la promesa que formularon en Doha en noviembre de 2001 de crear un régimen comercial pro desarrollo o la que formularon en la cumbre del G-8 celebrada en Gleneagles en 2005 de prestar una asistencia mucho mayor a los países más pobres.

Por sí solo, el mercado no resolverá ninguno de esos problemas. El del calentamiento planetario es un problema de “bienes públicos”. Para hacer las transiciones estructurales que el mundo necesita, es necesario que los gobiernos desempeñen un papel más activo... en un momento en que las exigencias de recortes van en aumento en Europa y los EE.UU.

Mientras luchamos con las crisis actuales, debemos preguntarnos si no estaremos reaccionando de formas que exacerban nuestros problemas a largo plazo. La vía señalada por los halcones del déficit y los defensores de la austeridad a un tiempo debilita la economía actual y socava las perspectivas futuras. Lo irónico es que,  al ser una demanda agregada insuficiente la causa mayor de la debilidad mundial actual, hay una opción substitutiva: invertir en nuestro futuro, en formas que nos ayuden a abordar simultáneamente los problemas del calentamiento planetario, la desigualdad y la pobreza mundiales y la necesidad de cambio estructural.